Dice Karmelo Bizkarra, y coincido con él, que cuando comes un alimento no solo ingieres los nutrientes que trae consigo ese alimento, sino también la información que hace que esa zanahoria sea una zanahoria.
El otro día se publicó un reportaje en Carro de Combate sobre la recogida de la fresa en Huelva.
Nunca he estado allí, pero los periodistas que sí han estado y muestran lo que sucede en esas enormes extensiones de invernaderos pone los pelos de punta.
En ese reportaje se hablaba de las condiciones de vida de los trabajadores.
Son en su mayoría personas inmigrantes, muchos sin papeles, que malviven en un asentamiento de chabolas anexo al campo que se construyen con palets que la misma empresa les vende.
Las instituciones conocen de sobra esta situación y el régimen de nueva esclavitud en el que viven estas personas, y simplemente hacen la vista gorda.
Si hablamos del tratamiento agrícola la cosa no mejora.
Y es que los grandes latifundios de monocultivo solo pueden sustentarse con modificación genética de semillas, pesticidas y fertilizantes sintéticos.
Este proceso sin descanso lleva a la extenuación de los suelos y la contaminación de los acuíferos.
Por no hablar de los problemas de salud que genera la acumulación en el cuerpo del consumo frecuente de estos alimentos contaminados.
Algunos como el ddt se llegaron a prohibir. Otros como el glifosato aún están en ello.
La fresa es, además, uno de los vegetales que lidera cada año los rankings de alimentos con más pesticidas.
Hablamos de la fresa y de este rincón del mundo, pero en general el negocio de la gran industria agroalimentaria se sustenta en este abuso y sobreexplotación de la tierra y sus agricultores.
Y todo esto que te cuento no es para que te sientas culpable de comprar comida no ecológica (de esto quiero hablarte otro día) sino para sacar a la luz una realidad.
Así se producen muchos de los alimentos que llegan a las grandes superficies.
Es lo que hay.
Pero también hay otras cosas.
Hay producciones en la que se cuida el suelo, las personas agricultoras y el producto.
Se prioriza la biodiversidad, las variedades de semillas locales, el corto intermediario, …
Se observa y se estudia el suelo, las plantas y el entorno, usando estrategias respetuosas con el producto, la tierra y la persona agricultora.
Esta realidad también existe y también hay que conocerla.
Y no me refiero a usar un «pesticida ecológico», que efectivamente los hay.
Sino aún mejor, cambiar el paradigma bélico de plagas que atacar y sustancias para matar, por otro que cuida el equilibrio del ecosistema que tiene entre manos, un paradigma ecológico.
Y ahora una pregunta.
Aunque aparentemente una fresa producida de una forma y de la otra sean idénticas ¿Qué información crees que incorporas a tu cuerpo cuando comes una fresa o la otra?
Piénsalo.
O mejor, siéntelo.
Antes de que me pongas la etiqueta de happy flower, te aclaro que no estoy hablando de los productos del pasillo «ecológico» de las grandes superficies.
Ni tampoco me refiero a los cada vez más productos con miles de envoltorios plásticos con sello «ecológico».
Estoy hablando de otro paradigma, no de más de lo mismo pero con sello ecológico.
Busca agricultores ecológicos de la zona donde vives y verás que te llevarás gratas sorpresas.
Hay personas súper lindas haciendo un trabajo silencioso increíble.
Eso sí, el sistema no te va a poner una carretera amplia para llegar con tu coche hasta la puerta, como se hace con los centros comerciales donde se vende la comida de los invernaderos que te conté más arriba.
Los agricultores conscientes están cerca de ti, pero no se les pone a su servicio esa alfombrar roja y la publicidad para llegar a ellos.
Tienes que buscarlos tú, como el tesoro que son.
Hoy con internet puedes encontrarlo más fácil, pero también puedes preguntar en un herbolario cercano, a algún amigo o conocido que sabes que le va lo ecológico o incluso en el área de agricultura de tu ayuntamiento.
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